• En Plan de Ayala, Petaquillas y Chichihualco, la Sedesol ha entregado más de 32 toneladas de alimentos
• Se atiende a las colonias más pobres de esta ciudad, en un trabajo coordinado con los diferentes órdenes de gobierno
El domingo 15 de septiembre será recordado por los guerrerenses como uno de los días más tristes de su historia reciente. Las lluvias que se habían sentido desde una semana antes alcanzaron su punto más crítico en la noche del sábado y la madrugada del domingo, según refieren vecinos de la colonia Plan de Ayala, reunidos en torno del presidente de la colonia, Nelson Reséndiz Nájera, quien recibió en el “Único Albergue”, como se lee en una cartulina pegada sobre la reja del jardín de niños “Emiliano Zapata”, las 12 toneladas de ayuda humanitaria llevadas por personal de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol).
Reséndiz Nájera quiere seguir contando cómo ordenaron las botellas de agua, el atún, los jugos, la avena, las lentejas, el azúcar, la leche condensada y las galletas en el almacén del albergue, pero quienes se encuentran en el habilitado comedor comunitario no lo dejan terminar. Lo interrumpen. Están más interesados en las historias que llegan a sus oídos con el paso de los días. Hablan de la desgracia como el murmullo frío del agua que corre por la barranca, muy cerca del cuarto de madera vieja que habita Gaudencia Cosme Catalán con su esposo, sus seis hijos, tres perros y dos gansos.
Mientras dan leche y galletas a los niños, picadillo de carne y frijoles a los adultos, y agua de sabor, las historias comienzan a escucharse:
- En Coatomatitlán, la alerta se dio a la una de la mañana y la gente, con lo que tenía puesto, buscó llegar a la parte alta de la brecha de Monte Alegre. En Mochitlán subieron a El Calvario. Todos con el miedo de que se desbordara la presa (de Tixtla).
- A las 8 de la mañana, la policía dio la alerta en el asentamiento “Jacarandas”. Pidieron a la gente que dejara la ribera del río porque la presa Peñitas estaba al máximo. Nada más escucharlo, María Narciso Gómez fue a avisarle a Julia, su vecina, que tiene cáncer, al tiempo que le dijo que podía ayudarla a salir. Ahí, el río Huacapa enterró la casa del señor Mayolo Padilla Sánchez.
- En la colonia Progreso, “el agua traicionera” se llevó a Irma Aguirre y la entregó muchos metros después. Su casa de madera quedó deshecha en la calle prolongación Progreso.
Manuel cuenta que sus sobrinos Brian, Emanuel y Jaime, de cinco, ocho y diez años, vieron cómo el esposo de Irma trataba inútilmente de sujetarla por el brazo.
-¡Auxilio, auxilio, auxilio!, gritaba Irma-, contó Jaime.
-Mi corazón temblaba, porque no pude hacer nada- confió Emmanuel.
Después se enteraron que a Irma la rescataron aún con vida calles abajo y, aunque llegó al hospital, ahí murió.
En Palo Alto el puente resultó insuficiente. El río lo cubrió totalmente y se metió entre las casas de adobe. Durante varios días la gente estuvo incomunicada, de uno y otro lado. La cosecha de maíz se perdió.
También el domingo es de recuerdos tristes en la colonia Plan de Ayala, donde se escuchó el estruendo previo al desprendimiento de una parte del cerro, que cortó el paso en la calle Jesús H. Salgado.
-Yo corrí hasta mi casa. Ya no podía ir más abajo, porque ahí comenzaba la barranca de El Aguacate; la creciente traía de todo: piedras, palos y hasta animales-, detalla Bartolo Teodoro Reina, de 61 años.
Su vecina Carmen Velasco le arrebata la palabra:
-Mis tres hijos y yo íbamos bajando la calle cuando se cayó la parte grande de la tierra, que alcanzó mi terreno y mi casa. Chula que iba creciendo la milpa y hasta de a dos mazorcas traía, pero quedaron bajo el lodo. Siquiera los elotes se pueden sembrar de nuevo; nosotros, ya no”.
Llega la ayuda de la Sedesol
En la colonia Plan de Ayala, al norte de Chilpancingo, viven aproximadamente 5 mil personas, la mayoría de ellos procedentes de comunidades de la montaña y de la costa chica. Algunos tienen más de 30 años aquí y aquí nacieron sus hijos. Quienes viven en esta zona de alto riesgo son, en su mayoría, personas sin un empleo fijo, como albañiles, cargadores, repartidores, boleros, limpiaparabrisas, vendedores callejeros, y las mujeres con trabajos de servidumbre y, si bien les va, de cajeras en tiendas de autoservicio.
Ahora están reunidos, sin proponérselo, en el albergue que ellos mismos organizaron desde hace ocho días. Realizaron una asamblea y acordaron abrir el kínder porque ahí se sintieron seguros. Desde entonces viven aquí alrededor de 500 personas, aunque algunas ya comenzaron a regresar a sus casas para realizar la labor de limpieza que la Sedesol pagará con el Programa de Empleo Temporal Inmediato.
En el albergue se organizaron en comisiones: Alimentación, Salud, Seguridad, Limpieza y Vigilancia. Cada una con 20 personas, cuenta el presidente de la colonia Nelson Reséndiz Nájera, quien coordina las acciones dentro y fuera del albergue. El se encarga de recibir a los donadores de ropa y alimentos, de hablar con los servidores públicos de los diferentes niveles de gobierno, y con personal del DIF, del Ejército y de la Cruz Roja.
El “Único Albergue” se encuentra en la parte media del cerro. Se instalaron 18 dormitorios por familias afines. Tiene una cancha de básquetbol, un comedor, con mesas y sillas chiquitas, las que usan los niños en clases. Desde uno de los patios se baja a la barranca y se ven las casas de la periferia. Junto con las Lucio Alcocer, Galeana, Rafael Norte, Brisas Norte y Ángel Aguirre, la colonia Plan de Ayala es de las más pobres.
“Aquí todos somos pobres, estamos en zona federal, de alto riesgo, pero delito es robar, no ser pobre. Por eso en cuanto pasó lo del huracán fuimos a hablar con el gobierno municipal, con el DIF y con la Sedesol, para que nos ayudaran con alimentos, que era lo más necesario”, cuenta Reséndiz Nájera, mientras muestra cada uno de los insumos básicos que el personal de la Sedesol les llevó.
“La Sedesol, para qué más que la verdad, nos ayudó luego-luego. Nada más pasar la emergencia trajeron alimentos suficientes para 500 personas, y nos va a alcanzar para un mes. En el almacén tenemos agua embotellada, atún, sardinas, aceite, frijol, galletas, sopa en pasta y muchas cosas más. Estamos agradecidos, porque además nos han venido a ver.
Ya estuvieron aquí dos subdelegados, Socorro Mondragón y Pepe Armenta. Vienen y nos preguntan ¿cómo van? ¿qué les falta? Les digo que tenemos bastante comida y lo único que esperamos es que la Sedatu nos apoye con las viviendas, porque hay unas que quedaron sobre una grieta que se abrió en la tierra”, prosigue el líder vecinal.
Desde que inició la contingencia, la Sedesol ha estado presente con tres comedores comunitarios en Chilpancingo: Plan de Ayala, Chichihualco y Petaquillas, donde entregó 32 toneladas de alimentos. Pero el trabajo no es sólo en la capital del estado. Suman 56 los municipios afectados por “Manuel”, a donde está llegando la Sedesol con la ayuda humanitaria.
El agua que corre entre las casas
Por la barranca del Aguacate, el agua sigue bajando. Viene de la parte alta de la colonia Plan de Ayala y utiliza como contención las casas de la vecina Emiliano Zapata. Aquí, los hombres se han organizado para ayudar a las mujeres a pasar la calle, aunque los niños hacen caso omiso de las advertencias y juegan y se divierten en las partes menos profundas del arroyo. Niños al fin, para ellos el agua es motivo de juego.
En la Emiliano Zapata y en la Plan de Ayala no ha habido descanso ni sosiego desde hace más de una semana. La gente trabaja desde muy temprano, en la limpieza de calles y casas. Los hombres con palas, picos y carretillas, sacan la arena y las piedras que casi taparon sus hogares.
Una persona trata, inútilmente, de cortar a machetazos la rama de un árbol que al caer se metió por una ventana. Se escucha el golpe seco del machete sobre la madera mojada. Imposible.
Muy cerca, a media cuadra, trabajadores de la CFE trabajan en la reinstalación de los cables del tendido eléctrico. Pasa una camioneta de la Cruz Roja con jóvenes voluntarios. Mientras, los niños juegan.
Los montones de barro y arena son dunas en el mundo mágico de la imaginación de los niños; sobre ellas dibujan caras, nombres y animales, para luego dejar escapar sus risas agudas y atemporales.