Fernando Alberto García Cuevas

Después de hervir en un pocillo sobre el comal
algunas hierbas en agua del arroyo
para hacer la infusión,
curar sus males estomacales, la reuma
y el dolor de cabeza por la presión que no cede
a pesar de las hojas de ruda pegadas en las sienes,
a manera de chiquiadores.

Domingo mueve los leños
que arden dentro del cuarto
que tiene por casa
antes de dormir.

A la redonda no hay doctor,
enfermera ni curandero a la vista,
pensó. Milagro sería, musitó.

Un día más de rutina
de la choza de palos,
techo de palma y piso de tierra;
sin agua más que de lluvia,
más la que se aloja en el jagüey;
ni más luz que la del día,
sale Domingo encorvado, apresurado
hasta el centro de la comunidad.

Bajo un tejabán, allí
donde se dará la reunión,
para entregar la pensión
de adultos mayores.

Su aposento está lleno de hollín;
en la puerta, palmas benditas a manera de cruz;
una imagen de Jesús con una oración
que nunca pudo leer;
un atado con hojas secas de maíz,
una chamarra de lana y yute,
de cuadros rojos y azules;
varios tramos de tela
y cobijas que regalan en invierno,
que son su patrimonio y protección.

El recorrido es siempre el mismo
entre veredas de piedra y tierra
que se van haciendo con el caminar;
entre matorrales que crecen sin agua,
árboles y mezquites que se alzan en soledad
y dan sombra y adornan.

La vista del paisaje que desde las lomas
se puede avizorar cuando Domingo
anda bajando hasta la comunidad.

Sólo, escuchando el viento cruzar los matorrales
y el polvo alzando hasta cegar
la mirada corta de aquel hombre
de loma y llano.

Un día más corre la vida por sus pronunciadas venas,
casi secas, que adornan sus arrugadas manos laboriosas
que empuñan el azadón y mueven piedras, que surcan,
que excavan para algo sembrar
y a futuro tener algo qué masticar.

Los pies de Domingo están más fuertes que nada:
calza huaraches de cuero duro, sus uñas y dedos
parecen de piedra, están más blancos que el polvo,
tienen grietas más grandes que la tierra
y son más duros que la cáscara del coco.

Nada detiene su paso.
A lo lejos una loma sostiene una choza
y más abajo dos tres más
de los hijos de Remedios.

Entre pequeñas parcelas que marcan el territorio
se levantan casitas de barro y palma,
con una que otra lámina de cartón.

Que alegría siente Domingo.
La entrega de la pensión
le produce emoción por varias razones.

El dinero, poco que sea.
El paseo de la choza a la comunidad.
El saludo de algunas personas que adormilan la soledad;
las dolencias que se van un rato,
cuando llegan los pensamientos nuevos
yendo a la comunidad.

Que alegría estar vivo, pensó. Ochenta y siete años y un día más
haciendo lo mismo, en el mismo lugar,
sobre la misma tierra, bajo el mismo cielo.
Las lagunas ya no están, qué más da.

La vida es estar y acoplarse con la vida y nada más;
dejarse llevar por ella, sin poner resistencia.

Por las noches, cuando regresa a la choza, si no está nublado,
la luna alumbra sus pasos. Hasta las estrellas ponen su parte.

Algunas veces por las noches, cuando arrecian el hambre y la sed,
Domingo sale a caminar, para distraer al hambre,
alguna vez envuelto por una nube de luciérnagas, que se confunden
con las estrellas del firmamento, y el aleteo de las lechuzas
que se dan vuelo cazando por las noches.

Que bueno, mañana voy por la pensión ̶pensó Domingo-.
La misma rutina, la mirada extraviada en el árido paisaje
de lomas y arbustos, veredas de tierra y piedras.

Va cargando Domingo a cuestas el peso de sus recuerdos
y de la esperanza, como de sus ganas de seguir viviendo.

-Si no fuera porque como tan poco y trabajo tanto,
que me cansaría menos y haría más,
pero me alivian tanto y tanto,
mis ganas enormes de vivir.

Cuando Domingo sale de su choza
lo hace ensimismado, ausente, con el estómago vacío,
tan sólo lleno de aire; está tan acostumbrado al poco comer
que ya ni sus intestinos gimen, dejaron de llorar
bajo el imperio de la costumbre.

Su mente vive distraída.
¿Para qué fijar la atención en lo que no se tiene?
Su mente está entrenada,
está adiestrada para sentir lleno el vacío,
para no dejar llegar el ansia de comer o beber un poco de agua.
-Ya me estoy secando de tanta resequedad.

A veces, sentado en la piedra que colocó a la entrada de la choza,
mira pasar a una columna de hormigas,
cierta clase de chapulines o diferentes tipos de roedores,
y se pone a cazar y sin ocuparse de cocinar, los lleva a su boca
y lentamente comienza a masticar sin mediar gesto alguno
en su impávido rostro.

- Hace tanto tiempo que no como algo sabroso, quizás nunca -pensó.

Sólo se quita el sombrero de palma para dormir;
sus cabellos negros y lacios, tan brillosos como si tuviera vaselina.
Cuando baja la luz de día, siente más ganas de dormir
-prefiero dormir, así me olvido del hambre y la soledad-.

Mis hijos están en el otro lado; mi nuera ya se fue.
Un nieto viene de vez en cuando y uno que otro vecino
me grita por la llanura:
-Buenos días, Domingo.
-¿Cómo está? - le contesto el grito, para que sepan que sigo vivo.
Es mi prueba de vida.

Si no les contesto, tal vez piensen que ya estoy muerto
pero ¿que creen? Sigo vivo, qué sé yo.

¿Cuánto tiempo más voy a vivir? Qué sé yo.
Pero sí me gusta. Me gusta un resto vivir. Eso me levanta.
A veces también el frío. Pero me levanto un día más.

Hoy que llega la Delegación de la Sedesol
para traer la pensión, se alegra la gente de la comunidad.
Se acercan los comerciantes, vendedores de todo,
hartos curiosos y coyotes que huelen la lana
y todo te quieren vender y hasta quitar.

Mil cincuenta pesotes me van a entregar,
ya veré cómo los voy a gastar.

Me guardo el billete ¿quién me lo cambiará?
Ya sé lo que quiero ¿cuánto me va a durar?
Trescientos para maíz, trescientos para el frijol.
Voy a comprar dos botes para acarrear agua,
unos Jarritos y unas Pepsis para beber,
aceite y unas veladoras. Un frasco de café y otro azadón.
Son un buen de cosas que voy a cargar para la casa.

Ya de regreso, cuando comienza a pardear,
va cargando el costal con todo lo que compró.
-Sin dinero, pero bien surtido, me voy pa’rriba-.
Con hartas ganas de vivir y contento con tantas cosas que compró.

Ya en la choza prende el fogón con leña que recogió.
El cuarto está lleno de humo, manchado de hollín.
Calentó algunas tortillas y en un pocillo calentó agua para café;
en otro, algunos frijoles con chile y habas que llenan bien.

Salió del cuarto directo al baño,
un agujero a manera de letrina;
en cuclillas, se limpió con hojas secas;
regresó contento de haber vivido tantas cosas.

Miró al cielo, alzó los brazos como tocando las estrellas;
inspiró profundo y dio gracias por todo lo que compró:
por los saludos y bendiciones de la gente.

Se metió a su cuarto.
Mientras se acurrucaba sobre el catre de madera,
dio gracias a la Virgen y a Dios por sus bendiciones.
Recordó amoroso a Matilde,
con quien vivió toda su vida
e hizo los hijos que ahora tiene.

Suspiró deseando bien a todos sus hijos…
- y si no es mucho pedir… te pido Dios, Diosito por favor,
que bañes de lluvia las parcelas de la comunidad,
pero gracias, muchas gracias, por dejarme vivir
un día más.